El yeti, o Metoh Kangmi, que significa Abominable hombre de las nieves,
denominación con la que habitualmente se refieren los nativos en el Himalaya a
este escurridizo personaje es uno de los objetivos más perseguidos por los
criptozoólogos. Existen numerosos testimonios durante los últimos cien años. Una
de las observaciones más antiguas y fiables del yeti es la proporcionada por el
teniente coronel Howard-Bury, quien mientras escalaban la cara norte del Everest
observó junto a sus soldados a través de los prismáticos un grupo de puntos
negros moviéndose sobre la nieve. Cuando llegaron al lugar, situado a 6.900
metros de altura, su sorpresa al encontrar huellas de considerables dimensiones
y claramente no humanas.
Cuatro años después, en 1925, el hindú A. Tombazi, expedicionario y botánico
de la Royal Geographical Society, observó a poco más de doscientos metros de
distancia una figura humanoide oscura, con el cuerpo cubierto de pelo y sin
ropa, que caminaba erguida mientras arrastraba unos arbustos. La observación se
dio en las cercanías del glaciar Zemu, a 4.500 metros de altitud, y de la misma
tan solo quedaron como evidencias unas huellas en la nieve de 17 centímetros de
largo.En la década de los 70, el montañero británico Don Williams fue testigo,
durante una ascensión al Anapurna, de la aparición por dos veces de un posible
yeti. Una noche de 1970, y tras escuchar un extraño sonido que uno de los
nativos identificó como perteneciente al yeti, pudo ver sobre una roca una forma
humanoide negra, hallando al día siguiente unas huellas de 45 cm.Curiosamente, unos años más tarde, uno de los más célebres aventureros
españoles, César Pérez de Tudela, observaba desde el cañón del Gadaki, en la
base del Anapurna, una forma humanoide, desnuda, completamente antropomorfa y de
un pelaje más bien rojizo que negro.Lo cierto de las evidencias acumuladas en los últimos cien años, y a pesar
del fracaso de la treintena de expediciones científicas emprendidas demuestran
suficientemente la existencia del yeti, o al menos de un misterio al que los
nativos denominan así. De esta opinión es Reinhold Messner, el más famoso
escalador de todos los tiempos, quien, tras una década de indagaciones, publicó
en 1998 un libro en que aseguraba haber encontrado la respuesta al misterio.
Para Messner, la clave estaba en las creencias de los habitantes del Himalaya,
en cuyo panteón religioso se recogía la existencia de seres humanoides peludos
ligados a aspectos maléficos, que posteriormente se habrían asociado a
determinados animales, en especial a osos kemo, cuyas huellas en la nieve o el
barro, y sus observaciones, habrían creado la leyenda de la existencia real del
yeti.