La brujería es tan antigua como la necesidad humana de seguridad y está tan unida a las creencias religiosas que no puede sino asombrarnos que durante siglos se haya insistido en vilipendiar a una para alabar las bondades de la otra, como si realmente fueran tan distintas. Si tuviésemos que trazar una línea divisoria entre brujería o magia y religión lo más acertado sería decir que el sacerdote o el santo es el mago oficial mientras que el brujo es el mago extraoficial. La práctica mágico-religiosa es simplemente una respuesta, bien institucional (el milagro) bien popular (el maleficio, el conjuro) a un grupo de acontecimientos concretos que afectan a la vida del hombre y que éste no controla y muchas veces tampoco entiende: amor, fertilidad, riqueza, azar, fenómenos meteorológicos, poder.
¿Seres monstruosos o hadas protectoras?
En el mundo griego existieron diferentes tipos de brujas, destacando dos: la alcahueta decrépita, horrorosa y perversa que se aprovechaba de seres inocentes y desamparados, como la Dipsas de Ovidio y la Strix, una bella mujer que de noche se transformaba en pájaro y volaba en busca de carne humana. La capacidad de la bruja de metamorfosearse en animal junto a la habilidad para preparar y utilizar todo tipo de venenos y el desproporcionado apetito sexual, son otros de los atributos con los que la antigüedad clásica "adornó" a la bruja; atributos que la Edad Media hizo suyos. Y, sin embargo, la bruja es también el ser benigno, protector de las cosechas y los nacimientos, garante de la prosperidad de la comunidad. En su ambivalencia y su cercanía reside su éxito. El Catolicismo pretendió desterrar la brujería pero sin mucho éxito pues las comunidades, especialmente las rurales, donde la implantación del Catolicismo duró siglos, continuaron acudiendo en busca de ayuda a esas personas que, apoyadas por la tradición, se creía que podían curar (conocedoras de las virtudes de las plantas y de algunas técnicas rudimentarias de medicina ancestral) y controlar los fenómenos atmosféricos en beneficio humano. Comprendido el nivel de arraigo de las viejas tradiciones el cristianismo optó por sincretizarse al enemigo para así poder controlarlo. De este modo los dioses paganos se confundieron con el dios cristiano que construyó sus templos sobre los antiguos santuarios y superpuso sus fiestas al calendario pagano. No es de extrañar, pues, que mientras los Padres de la Iglesia clamaban contra los maleficios, las prácticas de magia agraria o los cultos a las aguas y los bosques, se continuaran presentando ofrendas a las ninfas, se ofrecieran libaciones y sacrificios a los muertos o se comerciara con los supuestos poderes infernales de plantas y animales, muchas veces creyendo en Cristo, pero no en el Cristo de las altas jerarquías eclesiásticas, sino en un dios que compartía su poder con todo un universo mágico-religioso.